Sobre el nuevo recorte al presupuesto del SENA (II)
Por: Wilson Arias
Los trabajadores y pensionados saben que cuando sus salarios o mesadas crecen por debajo de la inflación, en realidad le están aplicando una merma, de modo que ahora podrá comprar menos artículos que antes, o el mismo número pero de menor calidad. Algo similar le está ocurriendo al SENA: sus presupuestos vienen creciendo por debajo de los costos asociados a la actividad educativa que adelanta la institución.
Ya sabíamos que para el año siguiente el SENA ha proyectado sus rentas en $3 billones, 910.000 millones de pesos, pero que arbitrariamente el gobierno las ha solicitado al Congreso por tan solo $3 billones, 358.819 millones, 664.961 pesos ($551.180.335.039 pesos menos). Dice el gobierno que este presupuesto es en todo caso superior a los $3 billones 306.023 millones, 352.467 pesos que el SENA tuvo como presupuesto para el año 2017.
El tema merece atención en dos sentidos. Primero porque la afirmación gubernamental en sí misma es falsa ya que, aunque existe un incremento nominal del 1,6%, en términos reales hay una disminución, si tenemos en cuenta que el Índice de Costos de la Educación Superior (aplicable al SENA en este caso) en el primer semestre de 2017 ya va en 3,62%. Quiere ello decir que el incremento proyectado para 2018 no alcanza a recuperar ni siquiera lo que subieron sus costos durante ese primer semestre de 2017. En total, va perdiendo por ahora el 2,02% de su presupuesto en términos reales.
El otro problema responde a esta delicada pregunta: ¿Cómo hace entonces el SENA para ampliar año tras año y por décadas su oferta educativa? ¿Y cómo hizo para crecer sus metas muy por encima del crecimiento de sus presupuestos? ¿Se logró mejorando cada año, a enormes y sostenidos rangos la “eficiencia”? No le demos vueltas, durante algunos años el SENA tuvo mayores presupuestos, pero las desbordadas metas siempre las cumplió, básicamente: 1) mermando la calidad de la formación, 2) mediante artificios estadísticos, y 3) afectando los derechos de su comunidad educativa. La simulación, la manipulación estadística, los cambios en las mediciones y formas de registro, la certificación múltiple, la reducción en la duración de cursos, etc. no cesan, en línea con indicadores heredados de gobiernos autoritarios y especializados en publicidad engañosa. ¿Recuerdan cuando certificábamos como cursos de formación los torneos de microfútbol de un Centro de Formación? ¿o cómo se enviaban certificados a personas que no terminaban sus cursos? ¿o la forma en que convertimos los cursos de Trabajador Calificado en educación superior, sólo por cumplir una orden esa sí superior (del “innombrable”)? ¿o cuando impartíamos cursos sin registro calificado? ¿o el modo en que certificábamos eventos menores de divulgación tecnológica?. Mañas y lógicas uribistas que se instalaron y aún operan, pero ahora bajo el auspicio arribista de ingresar a la OCDE y con el silencio complaciente de los organismos de control.
Volviendo al presupuesto, ya habíamos establecido que el gobierno no presupuesta el monto total de rentas con destino al SENA (para el próximo año ha solicitado $551.180 millones menos de lo que le corresponde), y que mediante ese ardid le ha tumbado a la entidad más de 2 billones de pesos en los tres últimos años. Cualquiera sea el nombre que se le dé (el ingenioso Alfonso Prada quiso volverlo un debate semántico), Congreso y Gobierno le esquilman a la entidad anualmente recursos que el gobierno se embolsilla.
Nos falta aún por explicar otro de los actos que hacen parte de la “liturgia para desangrar anualmente al SENA”, aquel que se conoce con el nombre de “los aplazamientos”. El tema se reduce a que, una vez aplicadas las anteriores medidas contra la institución, puede ocurrir que cuando ésta se encuentra ejecutando sus recursos, recibe la orden de suspender la inversión de otra parte de lo que le resta de presupuesto. ¡La tapa!
A esto se le conocía antes con los nombres de “congelamientos” o “recortes”. Consiste en que el Gobierno recibe una mala calificación de ciertos organismos internacionales o la “recomendación” (léase imposición) de las “multilaterales de crédito” que le piden ahorrar aún más. El gobierno presenta ante los congresistas una iniciativa de “aplazamiento” (en la práctica otra reducción) de los presupuestos que aún no han sido ejecutados. Se dan nuevos forcejeos (otra vez depende de quien se haga escuchar y sentir) y los gerentes, directores y rectores hacen tibias declaraciones, e incluso la mayoría hace mutis por el foro.
Agreguemos que tales “recortes” disfrazados fueron juzgados ilegales por las altas cortes hace años, pero siguen siendo aplicados al SENA con nuevos nombres.
Lo cierto es que cada uno de estos ritos anuales contra el presupuesto de la entidad también han sido derrotados en distintos momentos. Dos de sus más significativas luchas las adelantó la comunidad educativa bajo los gobiernos de Pastrana y Uribe. Gracias a esas batallas el SENA multiplicó su presupuesto durante un período. Pero hoy quisiéramos recordar que en otras épocas, eran los directores generales y “gerentes regionales” los que encabezaban una verdadera y enérgica defensa del presupuesto y recursos del SENA. Y en ocasiones también los exdirectores se han pronunciado en rechazo de las medidas contra la entidad. Por estos días unos y otros guardan candoroso silencio cuando no se solidarizan con el gobierno y hasta envían al ESMAD para que repriman las movilizaciones.
Ahora que un exdirector deambula por sus pasillos, que bueno sería que ilustrara al inquilino del Palacio de Nariño y le explicara que el SENA no pueden seguir siendo sacrificado en los altares de la “austeridad inteligente” y a solicitud de la OCDE y las “calificadoras de riesgo” hoy, lo mismo que del FMI y el BM ayer. El tiempo apremia, exdirector. Y no sería mucho pedir.
Septiembre 1 de 2017